Llevamos décadas oyendo hablar de la andropausia o climaterio masculino. Cada cierto tiempo, los medios de comunicación se hacen eco de este problema, y los pacientes nos preguntan en las consultas, alarmados, si a ellos también se les acerca “el fin”. Se acepta que hay una caída gradual de producción gonadal de testosterona con la edad, y se postula que este descenso provoca una pérdida de ciertos atributos y una serie de problemas. Sin embargo, la comunidad científica se ha mostrado hasta hace poco reacia a aceptar la idea de la existencia del climaterio masculino (o andropausia) como entidad patológica propia. ¿Qué es lo que hizo cambiar a los científicos y médicos?
El síndrome por déficit de testosterona, una no- enfermedad
En 1998 se aprobó en EEUU el sildenafilo. Los medicamentos para la disfunción eréctil son productos muy lucrativos; en el año 2011 movieron más de 5.300 millones de dólares en todo el mundo. Nada mejor que cobijarse en la larga y exitosa sombra de la disfunción eréctil para lanzar el renacimiento del climaterio masculino. Así, Solvay Pharma comenzó a buscar formulaciones de testosterona que pudieran ser consumidas de manera masiva, y dieron con una presentación en gel inodoro: el Androgel. Justo semanas después de su aprobación en EEUU (año 2000), un grupo seleccionado de expertos, habituales conferenciantes del mismo laboratorio, mantuvieron un encuentro que supuso la puesta en escena para la comunidad científica internacional.
Desde entonces, la curva de crecimiento de publicaciones científicas sobre el tema se ha triplicado (figura). Nuevas oleadas de estudios aún en fase de realización auguran un futuro prometedor para esta “nueva” entidad patológica, sobre todo en un mundo globalizado, con mercados en expansión, como Brasil, India y China, en continuo envejecimiento y en un entorno de información al consumidor que tiende a ser más laxo y desregulado.
Figura 1: Número de publicaciones indexadas en pudmed con las palabras clave “andropause” or andropenia or "androgen deficiency in aging males" or "partial androgen deficiency in aging males" or "hypogonadism of the ageing male" or "hypogonadism of the aging male" or "late-onset hypogonadism" or "testosterone deficiency". Figura elaborada con gopubmed.
Sin embargo, siguen existiendo serias dudas sobre si realmente estamos ante una enfermedad real o un simple producto de mercadotecnia que define un proceso fisiológico como una enfermedad ligada a la disponibilidad de un fármaco.
Como apuntamos en nuestro artículo, recientemente publicado en el boletín de Información Terapéutica de Navarra, la andropausia se ha redefinido como un síndrome provocado por un déficit de la producción de testosterona (de ahí que, en términos coloquiales, se haya denominado como “low-T”, testosterona baja). En él confluyen síntomas muy poco específicos (falta de energía, ánimo bajo) y variados (esfera sexual, física y emocional), muchos de los cuales se pueden confundir con enfermedades como la artrosis o la depresión o ser meros reflejos del paso de los años. Existen inventarios de síntomas o cuestionarios de autodiagnóstico para pacientes, cuya capacidad de predicción de los niveles en sangre de testosterona es muy baja, motivo por el que no se recomienda como herramientas de cribado. A pesar de ello, han proliferado las páginas web que utilizan dichos instrumentos en campañas de sensibilización en las que se invita a todos los hombres a partir de “la crisis de los 40 años” a descubrir por ellos mismos si tienen o no la enfermedad. Sea cuales sean las respuestas que se viertan en el cuestionario, la conclusión común es la misma: “consulte con su médico”.
No existe consenso sobre qué parámetro bioquímico es el más fiable para diagnosticar el síndrome, ni sobre qué cifras se deben considerar normales o no. Finalmente, algunos expertos consideran que, ante la poca definición de los criterios para llegar al diagnóstico, si realmente el paciente mejora con el aporte de testosterona es señal de que padece el síndrome; pero paradójicamente, se admite que gran parte del éxito de la terapia depende del “efecto placebo”. Esto, unido al hecho de que la caída de producción de testosterona puede considerarse como algo propio de la edad, hacen pensar que el síndrome por déficit de testosterona no es más que un nuevo ejemplo de enfermedad inventada (disease mongering), sino incluso una no-enfermedad.
Por otro lado, el reemplazo con testosterona no resulta ni de lejos ser tan milagroso como se prometía. No sólo no ha demostrado claramente sus pretendidos beneficios sobre los síntomas sexuales o la calidad de vida, sino que se ha observado que puede aumentar el riesgo de tener problemas cardíacos. Por último, muchos indicios apuntan a que puede hacer crecer los tumores de próstata ya existentes, cuando no contribuir a su aparición. El macroestudio Women’s Health Initiative nos puso sobre aviso: los tratamientos sustitutivos hormonales a mujeres sanas postmenopáusicas no sólo no disminuyen los riesgos asociados a la caída natural de estrógenos, sino que los aumentan. Decenas de miles de mujeres en todo el mundo pudieron haber muerto por estas hormonas en nombre de la arrogancia de la medicina preventiva. Con el síndrome por déficit de testosterona se están volviendo a dar los mismos pasos: esperamos no volver a caer en el mismo y desastroso error.
Medicalización del envejecimiento y síndrome por déficit de testosterona. Boletín de Información Farmacoterapéutica de Navarra, Volumen 20, Número 4. Julio-Septiembre de 2012.
Publicado por Juan Gérvas, Enrique Gavilán y Javier Gorricho