La Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (semFYC) ha publicado recientemente un documento que señala con claridad cómo el sesgo de género sigue presente en las decisiones clínicas cotidianas.
El documento “No hacer en perspectiva de género”, en el que han participado profesionales de los diferentes grupos de trabajo de semFYC, supone una valiosa aportación a la calidad y la equidad de la asistencia en Atención Primaria, al poner el foco en las prácticas clínicas de bajo valor que perpetúan desigualdades de género y que pueden comprometer la seguridad del paciente.
No estamos ante simples errores técnicos: se trata de prácticas asistenciales que, al ignorar las diferencias de género, reproducen desigualdades, refuerzan estigmas y, en muchas ocasiones, aumentan los riesgos clínicos.
Cada recomendación “No hacer” va acompañada de una explicación sobre el sesgo de género al que se refiere y los posibles daños clínicos o éticos asociados. Se ofrece, en cada caso, una alternativa de buena práctica, y se concluye indicando las referencias bibliográficas de la mejor evidencia científica disponible.
Buena parte de las 12 recomendaciones incluidas en esta publicación abordan los problemas derivados de la falta de atención a las características propias de las pacientes mujeres. Unas peculiaridades o diferencias que, hasta hace poco, no se han contemplado ni en la asistencia clínica ni en la investigación.
No se ha tenido en cuenta, por ejemplo, que los trastornos del embarazo como la preeclampsia, la diabetes gestacional o los partos prematuros no son eventos clínicos aislados, sino auténticos marcadores de riesgo vascular a largo plazo. Ignorar estos antecedentes supone un sesgo de género en la valoración integral del riesgo cardiovascular en las mujeres. Si las guías de prevención primaria y secundaria no incluyen estos eventos obstétricos como factores de riesgo, se produce una infravaloración del riesgo vascular en las mujeres.
En relación con la menopausia, no se recomienda instaurar un tratamiento hormonal sustitutivo con el objetivo de prevenir la osteoporosis, las enfermedades cardiovasculares o la demencia, ya que los beneficios no superan a los riesgos.
Otro caso especialmente sensible en términos de seguridad clínica es el infradiagnóstico de la cardiopatía isquémica en mujeres, una de las formas más documentadas de inequidad diagnóstica en medicina. El documento apunta cómo los síntomas que presentan las mujeres con angina de pecho o con infarto —denominados “atípicos”, por ser diferentes a los que presentan los hombres— son frecuentemente ignorados, lo que se traduce en retrasos diagnósticos y peores resultados clínicos. No se trata solo de desigualdad: hablamos de diagnósticos omitidos y tratamientos no iniciados.
También se advierte sobre la medicalización de cuidadoras con síntomas de sobrecarga física y emocional, a las que se prescriben psicofármacos en lugar de ofrecer apoyo emocional y medidas no farmacológicas: un claro ejemplo de iatrogenia por sesgo de género. Esta práctica, además de no resolver el problema de fondo, expone a las pacientes a riesgos evitables debidos a los efectos adversos y a la dependencia de la medicación.
Se señala también la sobreutilización de pruebas de cribado de cáncer de cuello uterino, endometrio, ovario y mama en población de bajo riesgo. La práctica rutinaria de recomendar revisiones ginecológicas anuales sin una indicación clara ni estratificación del riesgo no solo es innecesaria, sino que puede generar daños. Se recomienda realizar un cribado oportunista adecuado al perfil de riesgo de cada mujer.
Pero no solo las mujeres resultan perjudicadas por los sesgos de género durante la asistencia sanitaria. En el caso de la depresión, por ejemplo, se produce una infravaloración del riesgo de suicidio en hombres, por no aplicar un enfoque de género en la valoración y abordaje de dicho riesgo.
Además de todo lo anterior, se incluyen recomendaciones sobre la comunicación con las personas trans, la exploración de los problemas de índole sexual, y la influencia de los roles de género en los procesos de participación y desarrollo comunitario.
En definitiva, este documento es más que un listado de prácticas a evitar: es una llamada a reflexionar sobre el valor añadido de introducir la perspectiva de género tanto en la práctica clínica como en la investigación y en la formación. Y no solo por una cuestión de equidad y de calidad asistencial, sino también como un elemento fundamental de la seguridad del paciente.
Como profesionales tenemos la responsabilidad de revisar y adecuar nuestras prácticas, identificar los sesgos que perpetúan las desigualdades y actuar en consecuencia. Para todo ello, puede ser de utilidad el documento "No hacer en perspectiva de género".
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