La continuidad de la atención es uno de los pilares fundamentales de la medicina de familia. No es solo un principio ético y organizativo: cada vez contamos con más evidencia de que una relación continuada a lo largo de la vida con el mismo profesional de medicina de familia (longitudinalidad) se traduce en mejores resultados de salud, en un uso más racional de los servicios sanitarios y en una relación médico-paciente de confianza que favorece la seguridad y la calidad asistencial.
Un estudio publicado recientemente en The Lancet Primary Care aporta una contribución decisiva a este debate. Sus autores, Prior y colaboradores, analizaron la información de salud y uso de servicios sanitarios de más de 4,5 millones de personas adultas en Dinamarca. Estas personas fueron seguidas durante un año a partir de 2022, para estudiar la relación existente entre la continuidad en la adscripción a un mismo cupo de medicina de familia y diversos resultados clínicos.
Los hallazgos son claros: quienes habían permanecido más tiempo en el mismo centro de salud tenían menor riesgo de mortalidad, menos hospitalizaciones no planificadas y un menor uso de los servicios de urgencias fuera de horario.
Aunque los cambios frecuentes de médica/o de familia se asociaron a peores resultados en salud, estos efectos negativos podían mitigarse si posteriormente el paciente permanecía más años en el mismo centro.
Los resultados principales se pueden consultar en la siguiente infografía, que muestra la asociación entre los años adscritos a la consulta actual (estratificados por cambios previos de consulta) y las variables resultado del estudio: la mortalidad, la continuidad asistencial intersectorial, los contactos hospitalarios no programados y los contactos con la atención urgente fuera de horario en atención primaria.
Estos resultados se suman a otros ya conocidos. En Noruega, un estudio del año 2022 de Sandvik y colaboradores demostró que ser atendido por el mismo médico de familia durante más de 15 años aumentaba en un 30% la supervivencia de los pacientes, además de reducir ingresos hospitalarios y visitas a urgencias. La revisión sistemática de 2018 de Pereira Gray y colaboradores, que incluyó 22 estudios de diferentes países, demostró que tener el mismo médico de familia durante más de 10 años reducía un 30% el uso de servicios de urgencias, un 28% las hospitalizaciones y un 25% la mortalidad.
La evidencia es consistente en diferentes países y sistemas sanitarios: la longitudinalidad, es decir, el mantenimiento de una relación continuada en el tiempo entre paciente y el/la médica/o de familia se comporta como un verdadero “factor protector de la salud”.
En España, esta reflexión ha sido recogida y desarrollada en el editorial publicado por Añel y Astier en la Revista Clínica de Medicina de Familia, ya reseñado anteriormente en este blog. En ese artículo se destaca que la longitudinalidad no es únicamente una cuestión de organización o conveniencia, sino una característica esencial que protege frente a la fragmentación de la atención sanitaria, mejora la eficiencia y refuerza el compromiso del sistema con las personas y las comunidades. La longitudinalidad es, en definitiva, un determinante más de salud, comparable a otros más clásicos, como la alimentación, la vivienda o la actividad física.
La coincidencia entre la evidencia internacional y la experiencia española refuerza la necesidad de preservar y reforzar este valor en nuestros centros de salud. Sin embargo, sabemos que la longitudinalidad se encuentra amenazada por la sobrecarga asistencial, la escasez de profesionales y las dificultades para garantizar una asignación estable de médico y enfermera de familia a cada persona. La tentación de modelos organizativos basados en la inmediatez y la atención episódica puede ser comprensible en contextos de presión asistencial, pero sus costes en salud y equidad son muy elevados como demuestra la evidencia científica.
El estudio danés aporta un mensaje especialmente relevante para la política sanitaria: la continuidad no es un lujo, es una necesidad real de salud pública. Invertir en longitudinalidad significa invertir en supervivencia, en menos hospitalizaciones y en una atención más eficiente y segura. Y es, además, una forma de fortalecer el vínculo de confianza que constituye el corazón mismo de la medicina de familia.
En un momento en el que se debaten reformas y modelos alternativos, conviene recordar que la longitudinalidad no es un atributo opcional, sino un derecho de los pacientes y una obligación de los sistemas sanitarios. Las y los médicos de familia en España, como en Dinamarca y Noruega, sabemos que acompañar a nuestros pacientes a lo largo de su vida es una de las intervenciones más poderosas, eficaces y menos costosas que podemos ofrecer.
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