Entrevista a Abel Novoa, presidente de la Plataforma No Gracias y ponente en la mesa-debate sobre actividades y estrategias para un uso seguro de los medicamentos, a celebrar en la X Jornada de #SegPacAP

Entrevistamos a Abel Novoa Jurado, médico de familia y presidente de la Plataforma No Gracias. Su ponencia en la mesa-debate sobre actividades y estrategias para un uso seguro de los medicamentos, a celebrar en la X Jornada de Seguridad del Paciente en Atención Primaria, versará sobre “Conflictos de interés, medicalización y seguridad de los pacientes”. 

Sano y salvo: ¿Es verdad que la publicidad de medicamentos puede influir en la toma de decisiones de los profesionales sanitarios ante un paciente?

Abel Novoa: La publicidad de los medicamentos es la más compleja que existe. Incluye estrategias obvias como las visitas comerciales (con sus herramientas en forma de invitaciones a comidas o congresos) o los anuncios en las revistas científicas, pero también otras menos obvias utilizadas tanto antes de su comercialización (por ejemplo mediante los llamados ensayos siembra o seeds trials, artículos de expertos y publicación solo de los ensayos clínicos positivos para generar expectativa, etc) como después de la misma (influencia en sociedades científicas y Guías de Práctica Clínica, campañas públicas de concienciación de enfermedad, noticias en medios de comunicación generalistas, diseño de artículos de revisión por empresas especializadas firmados por líderes de opinión, agendas de los congresos médicos, patrocinio de cursos de formación continuada, etc..). El resultado final es que los médicos acaban sobreestimando la efectividad de los nuevos medicamentos e infraestimando sus riesgos. Finalmente, como han mostrado muchas investigaciones, los médicos acaban prescribiendo los medicamentos más publicitados.

S. y s.: ¿Y también puede tener repercusiones sobre la seguridad, aumentando los incidentes o los eventos adversos? ¿cómo?

A. N.: Howard Brody y Donald Light publicaron en el American Journal of Public Health hace 4 años un texto titulado “La ley del beneficio inverso: como el marketing con los medicamentos es perjudicial para la seguridad de los pacientes y la salud pública”. En el artículo demostraban que cuánta más promoción se hiciera con un medicamento, más probable era que acabarán existiendo serios problemas de seguridad para los pacientes y consecuencias negativas para la salud pública. Brody y Light señalaron que la estrategia básica es aumentar el número de pacientes a tratar desplazando hacia la normalidad los criterios diagnósticos de las enfermedades, justificando los tratamientos en base a variables subrogadas sin relación con resultados en salud relevantes para los pacientes, exagerando las probabilidades de beneficio o la seguridad de los fármacos, inventando nuevas enfermedades o impulsando la utilización de sus productos para indicaciones fuera de ficha técnica. En la actualidad los medicamentos son la principal causa de eventos adversos en atención primaria, la mayoría evitables. La sobreutilización de fármacos y la sobreconfianza en su utilización seguramente están detrás de muchos de estos problemas.

S. y s.: ¿Qué podemos hacer para disminuir esta influencia de la publicidad de medicamentos sobre los profesionales sanitarios? ¿qué estrategias se proponen?

A. N.: Como las estrategias de publicidad son multinivel, las soluciones también deben serlo. Hay un principio básico: hay que evitar toda relación con la industria que no sea capaz de generar algún beneficio para los pacientes. No se pueden justificar, una vez que conocemos su capacidad para sesgar las decisiones clínicas, contactos con la industria que podríamos denominar “hedonistas” como invitaciones a comidas o a actos principalmente sociales; tampoco podemos seguir recibiendo a los representantes comerciales una vez que conocemos que la información que nos procuran no es fiable. Luego, primera regla: evitar contactos evitables. Hay otras relaciones con la industria con capacidad de generar beneficio a los pacientes como aquellas que nos facilitan acceso a formación médica continuada (FMC) o generan investigación. En estos casos hay que activar salvaguardas extra. Por ejemplo, hacer transparentes las relaciones o vehiculizar la financiación de la FMC o los congresos a través de instancias intermediadoras con garantías de buen gobierno.

S. y s.:  Y el profesional, ¿cómo puede mantener su independencia intelectual frente a la influencia comercial?

A. N.: Las estrategias individuales como las propuestas en la pregunta anterior, siendo fundamentales, no son las más importantes. La capacidad del mercado para influir en el desempeño de la medicina está suponiendo una deriva institucional, un problema profesional y social, y no (solo) individual. Yo a veces lo comparo con el cambio climático. Las acciones individuales para frenarlo son importantes pero las que tienen verdadera capacidad de modificar el curso de los acontecimientos son acciones políticas, culturales y, en nuestro caso, de las instituciones profesionales. De poco vale un médico que no reciba representantes si las GPC que consulta están sesgadas. De poco vale no aceptar invitaciones a comidas si el curso con en el que mantiene al día sus conocimientos no es independiente. Las sociedades científicas, principales agentes en relación con la FMC y la elaboración de GPC, tienen mucho que mejorar en cuestiones de buen gobierno. Pero también las agencias reguladoras que siguen debilitando las garantías científicas para introducir nuevos productos en el mercado. Por tanto, la independencia intelectual no es del médico particular sino del conocimiento biomédico en general y la calidad de su sistema de gobierno es la clave. En la actualidad el juicio clínico está sometido a graves tensiones que provienen no solo de las empresas con intereses comerciales sino de las propias administraciones y organizaciones sanitarias que buscan, legítimamente, la eficiencia a veces, a costa del enfermo. Creo que todos los profesionales sanitarios deberíamos convertirnos en activistas en la defensa de un conocimiento biomédico independiente y basado en las mejores evidencias. Mientras estos cambios sistémicos ocurren solo queda el escepticismo ante lo nuevo, la prudencia en su utilización y la búsqueda activa de fuentes fiables de conocimiento, que las hay.

S. y s.: Otra influencia, en este caso sobre los ciudadanos y pacientes, es la publicidad dirigida al consumidor, a veces encubierta, ¿cómo se podría abordar este problema?

A. N.: Hay un problema cultural de base. El debilitamiento del sentimiento religioso, el escepticismo de la ciudadanía respecto a las grandes ideas que buscaban el bien común y que dominaron las políticas públicas en el siglo pasado, y la preponderancia de una visión individualista de la vida ha dejado a los ciudadanos solo con la lucha por su propio bienestar como idea trascendente y el consumo como instrumento más importante para su consecución. La medicina y sus avances técnicos han sido conveniente y falsamente vendidos como instrumentos para conseguir ese bienestar e incluso la felicidad, y han pasado, por tanto, a categoría de bien de consumo. Y el consumo se ha despolitizado. Como afirma Adela Cortina “Progresistas y conservadores ensalzan el consumo por entender que es una forma de ejercer la libertad, más perfecta que la urna democrática”. La pregunta sería ¿Quién decide lo que se consume? ¿Los productores o los clientes? La respuesta no es simple. Los consumidores deciden de acuerdo con sistemas de creencias moduladas socialmente (por ejemplo, la medicina salva vidas), necesidades simbólicas conectadas con motivaciones psicológicas (por ejemplo, evitar la muerte y el sufrimiento), afán de emulación (por ejemplo la imagen idílica de vejez que venden algunas películas) o la consecución de estatus (“existo e importo porque me hacen resonancias”). Las industrias relacionadas con la salud (farmacéuticas, tecnológicas, alimentación y bebidas, aseguradoras privadas..) activan todos estos miedos y creencias para estimular la demanda de más medicina, más tecnologías, alimentos saludables, bebidas energéticas, zapatillas buenas para la espalda... Por tanto, no es sólo un problema de las campañas de concienciación de enfermedad que ponen en marcha las farmacéuticas. Es necesario volver a redimensionar la percepción social sobre la capacidad de la atención sanitaria para mejorar la salud a través de la alfabetización científica y sanitaria pero no diciendo a los ciudadanos “eso no es un problema médico” y dejándolos solos con sus miedos. Eso no sería justo. Quizás es el momento de que los movimientos ciudadanos en relación con la salud dejen de pedir más medicina a los políticos y comiencen a pelear por más salud, algo sensiblemente distinto.

Publicado por Sano y Salvo.


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